domingo, 17 de enero de 2010

Iraizoz permite la hazaña



JON AGIRIANO.- (el correo digital)

La actuación estelar del portero rojiblanco, unida a un trabajo descomunal de sus compañeros, conduce al Athletic a una victoria inolvidable ante el Real Madrid
El gran clásico de la temporada en San Mamés terminó con un baño de alegría y orgullo para la afición del Athletic, que disfrutó de una noche mágica. Ganar al Real Madrid es algo único, algo más que derribar a uno de los mejores equipos del mundo. Es también una forma, quizá la más sugerente, de reafirmar la personalidad de un club como el rojiblanco, en las antípodas económicas y sentimentales de lo que representa este Madrid neogaláctico. Nada más lógico, por tanto, que la felicidad de la hinchada del Athletic al terminar un partido tenso y fragoroso que, sobre el terreno de juego, tuvo un protagonista indiscutible. Fue Gorka Iraizoz, cuya actuación estelar, sin mácula durante los 95 minutos que duró la batalla, fue decisiva para que el trabajo descomunal de sus compañeros tuviera el premio de los tres puntos.
La victoria relanza al Athletic que ayer, empujado por una grada que ardió como en las grandes ocasiones, fue un ejemplo de entusiasmo y de capacidad de sacrificio. Tuvieron suerte los de Caparrós, es cierto, pero nadie podrá discutir que se la trabajaron a conciencia, hasta acabar descarrilando al Madrid. De otro modo, hubiera sido imposible conservar la ventaja lograda en el primer suspiro, en cuanto sonó la corneta. El arranque de ayer fue uno de los más explosivos que se recuerdan en casi un siglo de duelos entre el Athletic y los blancos en San Mamés. Lanzados al abordaje tras el pitido inicial, los rojiblancos se plantaron en el área de Casillas y, en apenas dos minutos eléctricos que la afición siguió puesta en pie, lograron lo que es casi un imposible estadístico: chutar dos veces al poste -lo hicieron Gurpegui en un zurdazo desde fuera del área y Toquero en el rechace de éste, una ocasión clamorosa que el vitoriano desperdició de mala manera- y marcar poco después el 1-0 en la salida de un córner.
Aplicado y visceral
Llorente fue el autor del gol, que puso a 'La Catedral' boca abajo, en un estado entre el delirio y el éxtasis. No era de extrañar. Ni el hincha más optimista podía imaginar algo parecido, sobre todo pensando en la tremenda solidez del Madrid, cuyos poderes no se limitan a la purpurina y la pegada de peso pesado de su racimo de nuevas estrellas. Atrás es un roca que en 10 de los 17 partidos de Liga no había encajado un solo gol.
El 1-0 impactó en el ánimo de los dos equipos. Para el Athletic fue una inyección de moral que reforzó su planteamiento, que no era otro que combatir con espíritu de cosacos en cada trinchera del campo. Y lo cierto es que uno no lucha con la misma ilusión si va venciendo en la batalla que si ésta todavía se encuentra igualada y el enemigo permanece indemne. Al Madrid, por su parte, le entraron las prisas, siempre malas consejeras. Y más ante un oponente tan aplicado, visceral y agobiante como el Athletic, un agobio para cualquiera. El caso es que los de Pellegrini no acabaron de encontrar nunca el hilo. Les faltó clarividencia frente a un rival que, cuando se pone efervescente y juega como si el fútbol fuera a prohibirse al acabar el partido, le nubla la vista a cualquiera. Lass y Xabi Alonso, poco o nada ayudados por Marcelo, que acabaría dejando su puesto a Guti a la hora de juego, no lograron conectar bien con su tridente ofensivo. De modo que Cristiano Ronaldo, Kaká y Benzema se vieron obligados a hacer la guerra por su cuenta, buscando en su calidad individual lo que no encontraban en el entramado colectivo.
No era éste un mal derrotero para el Athletic, que lo fió todo a defender su renta con uñas y dientes, a una labor sorda y oscura consistente en poner el balón lo más lejos posible de su portería. Si era en un aula de la Escuela de Ingenieros o, en la segunda parte, a una habitación de la Casa de la Misericordia, mucho mejor. Y lo cierto es que supo hacerlo bien. Los merengues, de hecho, sufrieron mucho para inquietar a Iraizoz, bien ayudado por su defensa, especialmente por Amorebieta y San José, que ayer se doctoró con un partido grande. Un par de disparos cruzados de Benzema, sobre todo el segundo, en el minuto 34, que dio en el poste, fueron las mejores ocasiones del equipo blanco, incómodo en el frenesí de un partido bastante limpio pese a las iras puntuales del público y las constantes interrupciones decretadas por González Vázquez.
Numancia contra el Imperio
Al descanso, todo estaba en el aire. Que los rojiblancos hubieran llegado intactos al descanso tampoco era una sorpresa. Su impermeabilidad en los primeros 45 minutos -sólo el Sevilla ha conseguido marcarles en la primera mitad- es uno de los fenómenos más curiosos de esta Liga. Pero había que resistir otro tanto ante un Real Madrid obligado a lanzarse a degüello. La batalla fue épica. Aquello fue Numancia contra el Imperio. Una mirada objetiva obliga a reconocer que el equipo de Pellegrini supo fajarse con determinación, sin levantar nunca el pie ni rehuir una tarascada, y mereció cuando menos el empate. De hecho, tuvo hasta cuatro ocasiones magníficas en las botas de Kaká y Ronaldo. Pero allí estuvo Iraizoz, sembrado. Durante la semana, el navarro había hablado de la ilusión especial que le hacía el clásico, de esa mezcla de morbo y pasión que el Madrid provoca más que ningún otro rival. Pues bien, no olvidará fácilmente su partidazo de ayer, su protagonismo incuestionable en una victoria que llenó las reservas de felicidad de San Mamés para una buena temporada.